Toca hablar en esta ocasión de un comic como JUSTICE LEAGUE del autor y novelista estadounidense Scott Snyder. Una serie muy entretenida que en el transcurso de dos años (2018-2020) contó una narrativa a largo plazo y con un approach 100% nostálgico, pero bajo un idioma bastante certero y un storytelling muy dinámico. A través de recursos muy efectivos—narración omnisciente en instantes selectos y un diálogo conversacional repleto de momentos ominosos, ambicioso worldbuilding, desencuentros, romance, dramatismo y choques de ideologías en conflicto—el autor nos transmitió con amplio detalle una gran saga con personajes de leyenda y durísimas consecuencias. Una colisión entre las fuerzas del bien y el mal que puso en riesgo el destino del planeta Tierra y que polarizó a su audiencia con comentarios a favor y en contra.
Este reciente tomo de Justice League fue la continuación directa de una historia titulada DARK NIGHTS: METAL (2017-2018), una serie limitada de gran éxito comercial que reverdeció a los laureles de la casa editora DC Comics. En sus páginas dejó en claro que Snyder era la persona indicada para dirigir los destinos de todo el catálogo de personajes de esta publicadora. Junto con el comic de BATMAN (2011-2016), Metal demostró que Snyder era un moderno mythmaker, capaz de conjurar escenarios de gran escala y alcance, y que rivaliza con otras obras consagradas en el comic comercial como la controversial trilogía de Crisis on Infinite Earths, Infinite Crisis y Final Crisis.
Pero es preciso señalar que este cambio de rumbo impuesto por este autor vino precedido de un paréntesis prolongado en donde DC batalló muchísimo para encontrar la brújula de su destino. Vale la pena hacer una tangente y explicar estos antecedentes inmediatos.
“There are many broken things in this universe. It’s time we started FIXING them.”
Cuando Justice League #1 debuta en los stands en junio de 2018, varios hitos habían sacudido al mundo del comic comercial. 7 años antes, DC había dado un “reset cósmico” a toda su librería de títulos con el evento de nombre Flashpoint, y como resultado de esto surgió la iniciativa llamada “The New 52” en septiembre de 2011. Bajo un estricto control editorial, se dictaron los pasos para que el catálogo de personajes de DC tuviera un empujón significativo, y muy por encima de cualquier voz autoral. Esto dio paso a que la publicadora fusionara con su lineup principal a editoriales cuyo output en principio fueron “comics de autor” (Vertigo y Wildstorm), dejando con vida solamente a sus trademarks más destacados (como pueden ser las franquicias de Wildcats, Gen13, The Authority, The Sandman, Swamp Thing y Hellblazer). De igual forma y del otro lado de la acera, Marvel Comics implementó los programas MARVEL NOW! y ALL-NEW MARVEL NOW! (en 2012 y 2014, respectivamente), con un propósito casi similar y en clara competencia con el benchmark impuesto por DC. Como contrapunto a Flashpoint, una serie de altas ventas como lo fue Secret Wars en 2015 fue la respuesta de Marvel a la disyuntiva de reiniciar o no a su universo de ficción: corrigiendo deslices grandes y pequeños para reestablecer un aire clásico, pero sin perder la vista en el futuro. De igual forma esta publicación también anexó a su amplia librería a las historias y personajes del sello editorial “Ultimate Marvel” (2000-2015).
El común denominador de todos estos esfuerzos fue la edición de narrativas más ligeras y consignar a la historia previa a la hemeroteca. Fueron paquetes confeccionados a la medida de una audiencia más grande que los mercados de nicho dentro de la industria, y con el fin de que en el futuro cercano pudieran ser trasladados a otros ámbitos multimedia. La proliferación de comics con personajes de Nivel A, B y C al mismo tiempo fue deliberada, y podría decirse que hasta desmedida, en una búsqueda por “garbanzos de a libra” que salieran de la media.
Esto desembocó en proyectos a cargo de editores de línea, bajo un esquema de trabajo al estilo del “round-robin”: una puerta giratoria en donde los escritores, ilustradores, entintadores, coloristas y diseñadores en turno lanzaran un producto con un principio y un fin, y que diera paso al siguiente equipo creativo sin mayores complicaciones. Arcos argumentales cerrados—entre 6 a 12 meses como máximo, y al estilo de las “temporadas” televisivas de excelencia—que pudieran empaquetarse rápidamente y llevarlos a otros venues como librerías y supermercados, y en un futuro no muy lejano a la pantalla grande o chica.
El superhéroe como un trademark, y el licenciamiento era clave. Implicó desechar a la minucia, a la trivia y a la continuidad de años y décadas pasadas para tener a la mano a Propiedad Intelectual fácil de definir y colocar en el mercado. La forma de narrar historias de hace 20, 30 o 40 años—sí, para 2020 los 80’s quedaron ya a la vuelta de 4 décadas—rayó en la obsolescencia. Se intentó modernizar a los comics con autores salidos de otros géneros literarios, y con temáticas de relevancia social como un aderezo más a sus contenidos. El push publicitario en revistas de gran circulación y en periódicos de distribución nacional e internacional fue una constante, en una época en donde las películas de superhéroes ya eran el tema de conversación rutinario. Los sitios de noticias de comics se ponían al servicio de las grandes editoriales como un instrumento de marketing más, desplazando a la crítica o artículo de opinión a espacios muy discretos como los blogs y los podcasts.
Una de las grandes consecuencias de esta dinámica comercial fue demoler el estereotipo y estigmas del comic book fan y democratizar a la audiencia, e incluso trayendo de vuelta a los especuladores que buscaban ganarse unos dólares de más con el comic de moda—y vaya que el comic se volvió una moda.
El público alrededor del comic tuvo una fractura cultural y generacional, creando fenómenos sociales muy marcados: la llamada mentalidad de la “justicia social”, la equidad de género y la corriente de pensamiento socio-política entró en curso de colisión con la “vieja escuela”, el gatekeeping y la discriminación, englobadas bajo el término peyorativo de “comicsgate”. Una vez que el público conocedor se diluyó, las editoriales vieron de esta manera como otras tendencias artísticas entraron en el juego: el estilo caricaturesco e inspirado en el manga y anime peleó en igualdad de condiciones contra el storytelling rimbombate, muscular y espectacular del pasado comiquero. Mientras más voces existían, más difícil fue comercializar a cualquier “peso pesado” de la ilustración—una práctica común y que tuvo su auge entre 2000 a 2012.
Esto desembocó además en una saturación de mercado de una gran seguidilla de comics “líderes de pérdida”, que dificultó el tener a artistas y autores Top en una serie por tiempo indefinido dado su alto costo. El proceso inflacionario dio por hecho un alza de precios sostenida, y esto fue resentido por los fans y las tiendas detallistas. La alternativa del comic online (tanto oficial como pirata) tuvo su madurez definitiva, poniendo en riesgo al mercado.
Todas estas aristas dejaron en claro que el sistema del comic comercial se había fosilizado, atrofiado y puesto en un callejón sin salida, a pesar de que existían ahora diversos medios de distribución y una audiencia nueva, energizada y ansiosa por consumir comics de superhéroes, pero con un poder adquisitivo menor. Nos gustaba el alto perfil del comic, pero no fuimos capaces de hacerlo evolucionar para competir contra el streaming, el video-on-demand, la TV, el Cine, los Videojuegos, la Animación y el Publishing en general.
A la conclusión que llegaron las grandes editoriales fue intentar poco a poco recuperar a su público de antaño, trayendo de vuelta—aunque fuese de manera cosmética—a los personajes más emblemáticos y sus sellos distintivos, bajo narrativas que emularan al estilo old school pero bajo un idioma 100% del siglo XXI. El objetivo fue reconquistar a la vieja guardia y a evangelizar al público actual en las tradiciones del comic mainstream. Cuando The New 52 agotó su sentido de novedad y empezó a alienar a sus hardcore fans, se dio paso a “DC Universe: Rebirth” en el año 2015 como un esfuerzo de recuperación del tiempo perdido. En una cándida conversación con Joe Quesada (ex-Editor en Jefe de Marvel), el ex-Presidente de DC Comics Dan Didio se sinceró con todos y dijo una gran verdad acerca de estos yerros:
“We spent a good six to eight months on Year One, rethinking designs, characters, villains, so it all made sense. As things progressed, moving quicker, we spent less time on development. By the time we get into the third year, we’re just dusting things off and dropping them in, not making sense, You feel the wheels coming off the cart. We get to Rebirth, we reinstitute some of the things we felt were missing, but also put in things that made you want to revamp the line in the first place, and things got stagnant again.”
Habíamos olvidado lo obvio: los pequeños triunfos del New 52, Marvel Now!, All-New Marvel Now! y Rebirth fueron gracias a visiones DE AUTOR; escritores e ilustradores que le imprimieron un estilo y voz idiosincrática a productos variados. El personaje funciona porque el EQUIPO CREATIVO funciona. Para muestra basta un botón: Ms. Marvel fue un bestseller internacional gracias a la sensibilidad y conciencia socio-cultural impuesta por G. WILLOW WILSON y ADRIAN ALPHONA. Aquaman funcionó porque GEOFF JOHNS, IVÁN REIS y JOE PRADO destilaron la esencia básica de su protagonista y lo acompañaron de un arte espectacular, siendo un material 100% adaptable a cualquier nicho multimedia. Batgirl fue un trancazo porque CAMERON STEWART, BRENDEN FLETCHER y BABS TARR le dieron un toque juvenil, inusual y moderno, que abrazó al zeitgeist y lo puso en las manos de la audiencia correcta. Batwoman hizo historia porque J.H. WILLIAMS y su esotérico storytelling la separaron del pastiche y de las tradiciones, creando a su propia mitología. Vision fue reinventado con un approach fuera-de-la-caja por TOM KING y GABRIEL HERNÁNDEZ WALTA, más avant-garde y cinematográfico que un producto de fórmula.
No importa cuántos giros y desviaciones se hagan, el comic de excelencia siempre regresa a las bases: a las palabras y a los dibujos que tengan algo que decir. Cuando las voces por comité entiendan esto, tendremos a un mercado saturado no de tantísima mierda sino con opciones de más valor por nuestro dinero. Nos trasladarán el problema a nosotros los lectores, de quererlo todo y comprarlo todo.
“Let’s start making this universe right.”
Tras casi una década de taparnos los ojos sin reconocer que el Comic de Autor es y será siempre la norma, DC hizo de Rebirth una tónica back-to-basics en donde autores Top hicieron suyo al juguetero principal de la compañía. Los ciclos de Tom King, David Finch, Mikel Janin, Jorge Fornés y Lee Weeks en BATMAN, Brian Bendis, Iván Reis y Joe Prado en SUPERMAN, Joshua Williamson, Carmine Di Giandomenico y Howard Porter en FLASH, Geoff Johns & Gary Frank en DOOMSDAY CLOCK, Grant Morrison & Liam Sharp con THE GREEN LANTERN y Scott Snyder en JUSTICE LEAGUE, le dieron forma y fondo a este approach. Aún faltaba mucho por hacer, claro está (Wonder Woman tuvo en Greg Rucka a un gran guía espiritual, pero diferencias creativas con los editores dieron al traste con su trabajo), pero a la mayoría de los personajes en principio considerados como “ancla” se habían levantado de un letargo considerable.
Pocos hubiesen imaginado que un novelista de horror contemporáneo como Scott Snyder se convertiría en uno de los exponentes definitivos en el mundo de los comics de la última década. Su habilidad para tejer narrativas trae a la mente lo mejor de un Geoff Johns, quien hizo de DC su segunda casa con un acervo de storylines que marcaron una época. Snyder imbuye en Justice League un sentido de asombro y una actitud de ojos abiertos que nos recuerda a los grandes hits de esta franquicia, como lo fueron el propio Johns en “The New 52” y Grant Morrison en “JLA”. Si leemos el subtexto, Justice League recupera ideas y simbología en principio abandonadas de comics tales como New Gods, Kamandi, JSA, The Authority, 52, Final Crisis, The Multiversity, Darkseid War, Starman, The Kingdom, DC: One Million, Superman: Red Son, The Infinity Gauntlet y Thanos por Jim Starlin, la Era Morrison en Batman, Green Lantern por Geoff Johns y las series de TV “Superfriends”, “Smallville”, “Batman Beyond” y “Justice League Unlimited”.
Su estructura no le rinde lip service a todas estas influencias, sino que las eleva al siguiente nivel. Por vez primera tenemos a un autor preocupado por crear un “hípermito” (con permiso de Kurumada) que recorra por todo lo ancho el universo de ficción de DC Comics, trazando un atlas que nos lleve a catalogar a sus bloques fundamentales, pero a través de los ojos de sus protagonistas. La Liga de la Justicia y la Legión del Mal realizan una labor de arqueología con el fin de imponer visiones del mundo contradictorias, pero supeditadas al libre albedrío de quienes las escuchan; un juego cósmico al estilo Kirby pero que nos recuerda bastante a sagas como “Rock of Ages” y “World War III” en el JLA de Morrison (en este caso, la villana Perpetua sería un facsímil del indomable Mageddon). Resalta sobremanera el grado de estilización de cada personaje y escenario por parte del ilustrador español Jorge Jiménez, cuyo trazo angular y explosivo es la amalgama perfecta de los estilos contrastantes de un Humberto Ramos y J. Scott Campbell, pero cuyo caos inherente es amansado y puesto al servicio de esta historia épica por el oriundo de Cádiar. Esfuerzos individuales de gran calidad por Francis Manapul (quien ilustró gran parte del Justice League de Johns), el veterano Jim Cheung (en su primer trabajo para DC), el catalán Daniel Sampere (su Justice League Annual de 2019 es simplemente FANTÁSTICO), y contribuciones puntuales de Doug Mahnke (Justice League #5 es mi tomo favorito de todos, absolutely insane), Frazer Irving y Howard Porter le otorgan una consistencia, cohesividad, amplitud y porte a este proyecto.
“A fiction on the sphere of the gods. In the prime universe. The center. They call it Earth.”
La crítica más sonora a este trabajo fue su amplia duración (la miniserie “NO JUSTICE”, 39 tomos de Justice League, un Anuario y un crossover con el comic de Aquaman), pero en su defensa se puede afirmar que esa fue su gran fortaleza: Snyder se olvida del decompressed storytelling de los ‘00s y expande a su historia bajo diferentes puntos de vista, tanto de héroes como villanos y entidades cósmicas que forman parte de su amplio reparto. Expone a los argumentos de cada uno de ellos en partes equitativas, y a su paso explica y pone los cimientos de un “Universo DC” que mire hacia adelante. Por vez primera vemos a un autor preocupado por conciliar versiones en su momento apócrifas de los orígenes que otros autores han intentado edificar para este juguetero de personajes e ideas, y los coloca sobre la mesa de manera coherente y sencilla. Una obra de corta duración hubiese sufrido la misma crítica y desdén, por lo que el approach elegido fue el adecuado.
Su tónica pesimista, en la cual la Liga de la Justicia fue puesta contra la pared ante la entropía y el fin de los tiempos una y otra vez, no pasó desapercibida por los profesionales del medio. Fue Grant Morrison en su comic Green Lantern: Blackstars (2019-2020), en donde plasma este reclamo ante una editorial que poco a poco acorraló a sus héroes más emblemáticos en escenarios depresivos (como por ejemplo Doomsday Clock y Heroes in Crisis) con el fin de impulsarlos a la búsqueda de su sentido heroico y esperanzador, siendo un hilo conductor que fue anatema al estilo propositivo y de amplios recursos que plantea Morrison para los superhéroes bajo su pluma:
El tratamiento sobre personajes específicos como Martian Manhunter y Lex Luthor se lleva las palmas, además de proveer de momentos cumbre para powerhouses como Superman, Wonder Woman y Batman. Su abrupta (y deliberada) conclusión en el tomo #39 (enero 2020) fue un cold ending que le abre la puerta a la editorial para conducir a sus lectores a un crossover que le dé un cierre digno a la ahora “trilogía” de Scott Snyder en DC Comics. Con DARK NIGHTS: DEATH METAL, próxima a publicarse en este ciclo 2020-2021, propone darle un cierre digno y majestuoso a esta intención holística del autor:
“We wanted to do a story that was about the contortions in continuity, erasures of great tales past being lies, and Wonder Woman seeking the truth about a way to move forward with everyone—you guys too—as one generational family. The purpose of the whole story is to sort out continuity and the universe and give you something fun bright and coherent on the other side.”
Así, Justice League se consolidó como un collage muy inteligente que celebra a lo mejor del género de superhéroes, un storytelling que año tras año se expande y contrae a la vez pero que encuentra siempre la manera de brindar un análisis agudo de la condición humana bajo el disfraz de espectáculos multicolor y mundos de ficción en constante evolución. Es un testamento del poder que una voz autoral le puede brindar a la Propiedad Intelectual para trascender más allá de los compromisos comerciales.