— figuras folclóricas de discusión pública; my own personal canon
Primeramente, hay que dejar varias cosas por sentado. La más importante de todas es que creo y estoy casi seguro de que no volveremos a ver jamás a Twin Peaks, de alguna forma u otra.
En segundo lugar, la mano de su co-creador, Mark Frost, quedó de manifiesto con todo el subtexto socio-político que abunda en Twin Peaks: The Return. Sus dos novelas y escritas concurrentemente con esta serie—The Secret History of Twin Peaks & Twin Peaks: The Final Dossier—le dan forma, fondo, sabor y respuestas concretas a múltiples story-threads que la saga principal, dirigida por David Lynch, toca de forma superficial o pasa de ellas, y le da un sentido holístico a todo este estupor, angustia, reclamo e indiferencia que coexiste con los habitantes de este pueblo de ficción americano, cuyo futuro es incierto y quizás hasta inexistente, a medida que la normalización de la violencia, la masculinidad tóxica, la misoginia sin freno y la bancarrota moral y económica de la región se la está llevando al carajo.
No fue cuestión de serendipia que Twin Peaks haya regresado 25 años después—coincidiendo con aquella épica sentencia que apareció en la versión “europea” de su episodio piloto. Los autores buscaron esta última oportunidad para recuperar a un trabajo que les fue arrebatado tras dejarlo en descuido durante su segunda temporada en el lejano año ’91. Había que limpiar casa y enderezar el rumbo (a su manera), amplificando a todos los aspectos que la hicieron única, y aprovechando la gran ventaja que es el streaming y el binge watch en la llamada Época de Oro de la Televisión contemporánea.
Lo que si fue una interesante coincidencia es que The Return haya aparecido durante la administración Trump, transformando a esta serie-película en un artefacto no solo oportuno sino presiente y con un realismo genuino a pesar de su estilización, slapstick y melodrama, siendo herramientas que se tornaron a su favor para elevar a estas cualidades y a su inherente discurso; un estado de alarma constante que desmenuza a las complejidades de un Estados Unidos convulso, dividido, materialista, racista, indiferente, ausente de toda empatía, prisionero de la injusticia, la inequidad y presa de la corrupción, el interés malsano y los mercaderes de la muerte. Aristas y matices que ofrecieron un comentario urgente y necesario, pero sin apoderarse de la trama.
Podría decirse también que The Return es la experiencia definitiva de auteur en la televisión, siendo la cúspide artística para una travesía que inició en los días de gloria de la TV de paga a mediados de los 90s, cuando HBO era el alfa y omega. Su éxito sin duda le abrió paso a un sucesor espiritual como lo fue “Too Old to Die Young” de Nicolas Winding Refn para Amazon Prime en 2019. “Twin Peaks” logró una confluencia muy buena entre la libertad creativa bajo una conciencia comercial, trayendo de vuelta el “water cooler effect” de la serie original, siendo las redes sociales la plataforma contemporánea para el comentario, el análisis y la sobremesa, además de ampliar la base de suscriptores de la cadena Showtime, quien la produjo y le dio carta blanca a Lynch y a Frost para continuar esta historia 25 años después. El estreno de un nuevo episodio cada domingo en 2017 fue trepidante, y la discusión online tanto en Twitter como en los artículos de opinión de los news outlets y los podcasts—Damon Lindelof en Entertainment Weekly, Film School Rejects dot com y Obnoxious & Anonymous en Youtube, por nombrar algunos—fue un deleite y asignatura obligada para los hardcore fans.
La estocada maestra a mi parecer fue que Lynch rescató a la incomprendida cinta de “Fire Walk with Me” de 1992, y la volvió el marco conceptual sobre la que gravita Twin Peaks: The Return. Originalmente, aquella película iba a ser la primera de tres esfuerzos que iban a darle una conclusión definitiva a la historia original; muy probablemente el director no se desvió de su plan inicial, presentándolo bajo nuevos términos para el siglo XXI. Las atmósferas sobrenaturales, los performances viscerales y de gran catarsis, y la tónica violenta y transgresora de Fire Walk with Me fueron una presencia evidente en The Return, atando a sus cabos sueltos y haciendo atinados callbacks a sus escenas cumbre—el grito de Laura Palmer en la oscuridad, líneas como “write it in your diary” y “we live inside a dream”, así como darle sentido a la locura de Phillip Jeffries (David Bowie) y ampliar la mitología detrás de la enigmática “tienda de conveniencia”—y así como también de reapropiarse de sus fantasmagóricas vistas y escenarios los cuales fueron obtusos en el ’92 pero que pudo darles un nuevo lustre tanto en The Return como en el box set revisionista de “The Entire Mystery” publicado en 2014. Me refiero a cosas como estas:
Escenas como la anterior fueron elevadas a su siguiente nivel en Twin Peaks: The Return gracias a la experiencia ganada por su realizador en obras más experimentales como Rabbits (2002) e Inland Empire (2006), que ampliaron su vocabulario y le permitieron darle más riesgo, descaro y una naturaleza más terrorífica, atroz y espectacular a la intrusión de lo fantástico en este universo de ficción. Por sí solo, el octavo capítulo (“Gotta Light?”) condensa a través de magníficos recursos audiovisuales a toda su filmografía, a su voz autoral, a su estética y su sensibilidad como narrador y artista gráfico—el documental “The Art Life” (2016) y su libro “Room to Dream” (2018) ofrecen información muy valiosa para entender parte de su atrayente subtexto—convirtiéndose así en una aventura sensorial memorable e histórica para la televisión norteamericana. Por otro lado, una película con un tono más íntimo como The Straight Story (1999) se vuelve la referencia inmediata para comprender su fascinación por lo mundano y los maravillosos parajes naturales de la América rural, y que justifican ese gusto por esparcir en todo Twin Peaks esos momentos extensos de normalidad, y que como un todo ofrecen un contrapunto muy necesario ante lo surreal y ultraviolento de sus contenidos.
Su extenso casting (más de 200 actores) nos pone en sobreaviso para una reflexión aguda de Twin Peaks como un análisis subjetivo de la nostalgia; de sentirse viejo y de conciliar nuestra relación con algo tan abstracto y real como la muerte. De cómo nuestra insistencia por revisitar a la obsesión de lo Pop tiene un precio muy alto—nadie imaginó que el héroe Dale Cooper regresaría 25 años después para asestar el último clavo al ataúd de un sueño muy placentero, para convertirlo a su vez en una pesadilla de trauma y realización, amputando su línea de tiempo y consignándola al olvido. La pérdida de miembros del elenco durante y después del rodaje como Warren Frost, Miguel Ferrer, Catherine Coulson, Peggy Lipton, Harry Dean Stanton, Robert Forster, Linda Porter y Brent Briscoe magnifican estas sensaciones de incomodidad y tristeza que imperan sobre la trama; de un lugar “maravilloso y extraño” que poco a poco se diluyó y alejó de nosotros, quizás para siempre. The Final Dossier nos recuerda en su tramo final y a través del personaje de Tammy Preston (ámala, ódiala, ¿acaso importa?) que Twin Peaks es un recuerdo difuso, y toda teoría que exista para darle sentido forma parte de un extenso océano lleno de conjeturas.
El uso de la música como instrumento (contundente) para evocar (y martillar) estados de ánimo específicos—y como efectivo bookend a las temáticas de cada episodio— fue uno de sus aspectos más ambiciosos. Además del cameo de Moby (!), los performances de Chromatics, Au Revoir Simone, Rebekah Del Río, Eddie Vedder, Nine Inch Nails, James Marshall y Julee Cruise, entre otros, ofrecieron un escaparate muy novedoso a nivel narrativo y dejaron en evidencia el nivel de autoconsciencia de la serie, tanto de su estatura como su influencia dentro de la cultura pop americana en las últimas tres décadas. Fue notable su reposicionamiento en las preferencias de las generaciones actuales, embebidas en la inmediatez visual, en lo hip, cool y esotérico que representa la imagería y personajes surrealistas provistos por Lynch y Frost en Twin Peaks. Los posters conmemorativos creados por Cristiano Siqueira durante el tiempo que duró la transmisión original son el testamento definitivo y huella indeleble de esta saga en la era de las redes sociales.
Reiterar el plot para explicar a sus complejidades es realmente tentador, y más aún cuando por fin sabemos quién demonios es “Judy”. El impacto, legado e interpretación personal de la obra en su totalidad es lo que la vuelve un objeto de culto—esa secuencia à la Orfeo y Eurídice entre Cooper y Laura es priceless. Resalta sobremanera el grado de manipulación de su audiencia para llevarla de lo cándido y hermoso a lo aberrante y perturbador—Eamon Farren como el diabólico Richard Horne se lleva las palmas; Balthazar Getty demolió las expectativas de los fans que esperaban un final feliz; a los pocos minutos, Robert Broski se volvió inmortal; Caleb Landry Jones y Clark Middleton siempre son una garantía; y Jennifer Jason Leigh, Tim Roth y Grace Zabriskie son una fuerza de la naturaleza. El tour de force que Kyle MacLachlan nos entregó en The Return (a través de Cooper, Mr. C, Dougie Jones y Richard) fue una representación magnífica de la condición humana bajo el controvertido prisma lynchiano.
Matthew Lillard, Ashley Judd, Naomi Watts, Jim Belushi, Robert Knepper, Amy Shiels (Candie!), Andrea Leal (Mandie!), Giselle DaMier (Sandie!), Tom Sizemore, Donald Murray, Lynch, Ferrer y Dean Stanton ofrecieron un espectro histriónico variado en donde la decencia venció a la malicia para conducirnos a un puerto seguro. Mainstays como Marshall, Lipton, Evereth McGill, Wendy Robie, Mädchen Amick, Dana Ashbrook, Harry Goaz, Kimmy Robertson, David Duchovny, Richard Beymer, David Patrick Kelly, Michael Horse, Russ Tamblyn, Warren Frost y Catherine Coulson se reencontraron para formar parte de una nostalgia demasiado dolorosa, descorazonada, pero que por momentos tuvo la valentía para salir del pedestal y hacernos esbozar una sonrisa y lamentar a la vez la pérdida de un potencial enorme como lo fue el Twin Peaks de ’90-91.
Las actuaciones off-beat de Amanda Seyfried, Jake Wardle, Michael Cera (Wally Brando!), John Pirruccello, Mary Reber, Eric Rondell, Alicia Witt, George Griffith, Bérénice Marlohe, Benjamin Rosenfield, Madeline Zima, Jay Aaseng y Nae Yuuki fueron más que bienvenidas. El hecho de que Ray Wise, Lara Flynn Boyle y Sherilyn Fenn fuesen dejados a la deriva por un plot que cumplió al dedillo con el adagio de “ten cuidado con lo que deseas”, hizo de esta serie una transgresión y comentario al rojo vivo del fandom y sus obsesiones—en dicho sentido, The Final Dossier echa más sal a la herida una vez que repasa el destino final de Audrey Horne, Donna Hayward, Leo Johnson y Annie Blackburn de manera concisa y definitiva, aunque en opinión de los fanáticos estas respuestas les resultaron insatisfactorias y con gran frialdad.
Es impresionante la capacidad de retrofitting contenida en The Return; de darle un giro de tuerca a un concepto ya de por sí insuperable como el Black Lodge para volverlo más robusto, colosal y mortífero; de trazar un atlas pandimensional cuyos puntos de acceso ofrezcan posibilidades narrativas de una gran riqueza visual; de inyectarle un ‘oomph’ y un ‘edge’ a personajes como Diane (Laura Dern, lynchian femme extraordinaire), The Arm (aunque cabe decir que fue una pena no ver más a Michael Anderson), The One-Armed Man (Al Strobel, como siempre, esencial), The Giant (Carel Struycken… The Fireman! How cool is that?), Major Briggs (Don S. Davis en el uso más ocurrente de pietaje jamás concebido), Ronette Pulaski (Phoebe Augustine, eternal crush, as “American Girl”, no less), los terroríficos Woodsmen y el siempre recordado Frank Silva/Killer Bob.
Toda la gama de material confeccionado por Lynch y Frost nos habla de un equipo creativo verdaderamente encendido y consciente de la oportunidad que tuvieron en sus manos, y no se guardaron nada. Situaciones insólitas y talked-about como el cameo de Monica Belucci para explicarle a la audiencia la naturaleza onírica de esta obra, y cosas tan específicas como una breve secuencia del Sunset Boulevard de 1950, nos hablan de una urgencia para saldar cuentas pendientes con ellos mismos (al tener acceso a un budget casi ilimitado) y la realización de estar en el crepúsculo de sus carreras pero con todavía algo que decir, y con la creatividad e ímpetu en su máxima frescura y madurez para sacudir estruendosamente a la multimedia contemporánea una vez más.
El tramo final de la saga se aleja de lo grandioso y postmodernista para volverse íntimo y minimalista, substrayendo elementos poco a poco hasta llegar a la corteza y meollo de aquello que hizo de Twin Peaks un recuerdo imborrable: Cooper, junto a su amor platónico y acompañante silenciosa Diane, y entrelazados ahora por eventos sui géneris de consecuencias bizarras e incómodas, se disponen a abandonar a este peculiar pueblo tras un abrupto pero necesario “reset cósmico”, y con ello continuar con esa pesquisa tan elusiva como lo sigue siendo Laura Palmer, un cypher envuelto en plástico pero que se ha convertido en algo más, una vez que se cruza un umbral sumamente peligroso y cuya simetría con el mundo real es casi mortal.
“The final two episodes position our hero, intrepid FBI agent Dale Cooper, as someone scraping the well dry. He tries to save Laura Palmer (again), and in doing so drains all the magic out of the world. He does so only to re-traumatize a victim who had already overcome her abuse (and death?). The show makes a pretty stellar case for moving on, even as it returns to something dead for 25 years.”
— Sean Witzke.
“It is happening again”. Y lo que pasa otra vez es que tenemos a la historia de Laura, nuestra damisela en desgracia y encarnada por la brillante Sheryl Lee, siendo ahora ‘Carrie Page’ (“…the story of the little girl who lived down the lane”), una modesta mesera en Judy’s, un pequeño restaurante en Odessa, Texas. Cooper, transfigurado en el calculador agente del FBI “Richard”, intenta conducir a Carrie a un lugar algo parecido a “Twin Peaks” para reunirla con su madre, Sarah. Ausente de su encanto particular, Twin Peaks sigue siendo un sitio en donde existe una enorme casa parecida a la mítica 708 33rd Street en Everett, Washington, pero ahora bajo propiedad de Alice Tremond, comprada a la Sra. Chalfont; dos apellidos que nos recuerdan a seres tanto etéreos como elusivos, y que nos alertan de que algo está completamente mal. El plan de Richard le explota en las manos, siendo una víctima más del síndrome del caballero blanco. La sutil voz de Sarah Palmer llamando a la joven Laura desata en Page un grito desgarrador, sacudiendo a nuestros sentidos e invitándonos a recordar aquella escena de hace 25 años atrás, y que se repite una y otra vez: Dale Cooper, atrapado en el Black Lodge, es recibido por una mujer muy parecida a Laura Palmer, solo que a veces sus brazos se inclinan hacia atrás. Ella le susurra un secreto al oído, que lo aterroriza…
De esta manera, ambos autores reinventan a la serie otorgándole una nueva identidad, estética visual, misterios, caracterización de personajes y diálogos tanto crípticos como ominosos, pero bajo un común denominador: “What Year is it?” es el nuevo “Who killed Laura Palmer?”, un nuevo y memorable story-engine que quizás—o tal vez nunca—vuelva para fascinarnos.
Si algo nos enseñó esta historia en 18 capítulos—o una película segmentada en 18 episodios, como lo quieras ver—es que Twin Peaks: The Return reivindicó la intención original de sus autores de no resolver NINGÚN enigma dentro de esta obra, alineándose (al fin) al oscuro canon de David Lynch.