Apologías

Narrativas llenas de complejidades, conflictos de interés y áreas grises.

Anteriormente ahondé en las posibles razones que llevan a los creadores de comics a ponerse en contra o a favor de las editoriales comerciales, que históricamente han aprovechado y pasado de largo de quienes con su trabajo e imaginación crearon a auténticos íconos culturales que nos sobrevivirán durante las décadas siguientes.

De forma increíble, el “Fuck Alan Moore” de Jason Aaron parece haber sido olvidado por completo. Quizás sea porque seguido de estas palabras los trolls colocan memes de Alan Moore bajo la idea de que en cada momento que sale al público se pone más en vergüenza con la gente o en posición vulnerable. Lo que olvidan todos es que Moore es un monolito indestructible, una leyenda y muy seguramente TODA SU OBRA Y SUS PALABRAS nos sobreviva también muchos años más.

So, fuck the fanboys.

O tal vez se trate de que al final, Jason Aaron no es el hito cultural que le cambió la cara al comic contemporáneo si revisamos su carrera. A pesar de haber ganado Eisners con R.M. Guéra con “Scalped” (y ampliamente merecidos), no dejó de ser un título marginal en la era post-Sandman dentro de la línea editorial de Vertigo—y con un appeal menos comercial si la comparamos con “100 Bullets”, la aventura noir conspiratoria de Azzarello y Risso, otra saga de prestigio pero que tampoco impuso revoluciones dentro de la industria. Tanto la indiferencia del público y de la propia DC y Marvel hacia su tantrum lo llevó a salir ileso, completando posteriormente un plan de carrera sin complicaciones ni controversias.

Si lo analizamos detenidamente, la narrativa que quedó a su favor era la ideal: el discurso irascible de Aaron pintó a Alan Moore como el enemigo no solo de las grandes editoras, sino de sus empleados y colegas. Al colocarse en aparente defensa de sus contemporáneos y no de las editoriales, Aaron sobrevivió a esta tormenta.

So, Aaron was out. Safe and sound.

No así otro monolito de los comics de superhéroes, quien recibió un escarnio sin precedentes. Cuando Grant Morrison en su libro “Supergods”, un texto autobiográfico y arqueológico sobre el Noveno Arte norteamericano, describió su opinión acerca de la batalla legal entre Jerry Siegel y Joe Schuster contra DC por los derechos de Superman, detonó toda una serie de reacciones adversas. Parafraseando el texto, Morrison plantea que Siegel y Schuster concibieron la idea de Superman y la vendieron a DC voluntariamente, bajo la idea de que sería la primera de muchas más para este talentoso tándem, a diferencia de un Bob Kane que logró un acuerdo beneficioso con la venta de Batman. Nadie hubiese predicho que el llamado “Hombre de Acero” se volvería una colosal obra que eclipsaría a sus carreras, y que los llevaría a entablar una disputa en los tribunales durante décadas por una retribución justa como creadores de este concepto, que por sí solo fue el motor de un género sumamente redituable y que lleva 80 años de vida.

Considerada como una apología retroactiva a DC, Morrison pasó de ser un critical darling a un paria por el sector del comic independiente—o al menos por el sector de público realmente interesado en esta cruzada por los Derechos de Autor si somos más específicos. Prácticamente su último output como autor en DC (Batman, Action Comics, Multiversity y Wonder Woman), dejó de ser una variante atrevida de estos personajes para ser catalogada como un trabajo lleno de creatividad estancada, circular y poco propositivo (el horror). Incluso se llegó a decir que su reinvención a Superman en “Action Comics” fue una respuesta de la propia DC a una potencial pérdida de los derechos de publicación de este personaje por la Familia Siegel y los ejecutores de sus bienes, cosa que al final no sucedió. En pocas palabras, Morrison, el autor que redefinió al medio y marcó a generaciones enteras de lectores, era El Enemigo.

¿O fue Morrison un chivo expiatorio? ¿La narrativa era chingar al mainstream no importando a quién nos lleváramos en las espuelas?

Para fortuna del autor escocés, su nula participación en la discusión online lo libra de todos estos escarceos. El anonimato es algo usual para Morrison, y su lugar en el panteón de los comiqueros definitivos está más que asegurado.

¿Qué contrastes, no? Un escritor insulta y desprecia a un histórico que aboga por los derechos de autor y que critica duramente a las editoriales, por el simple hecho de que no comulga con la mentalidad corporativista de la cual depende su agresor (y todo el gremio al que pertenece). Por otro lado, la opinión de un prolífico y también histórico autor es puesta fuera de contexto, colocando a su reputación y su legado en el cadalso.

Ambas narrativas están llenas de complejidades, conflictos de interés y áreas grises. ¿Es Alan Moore un autor obsoleto y miope de la realidad laboral actual? ¿Es Jason Aaron el defensor de los comiqueros? ¿Es Grant Morrison un autor incomprendido? ¿Tiene razón Alan Moore y nadie en los comics está consciente de que ellos son las próximas víctimas? ¿Es Grant Morrison un vasallo del sistema? ¿Es la opinión de Jason Aaron una apología encubierta?

¿Te preocupas por la situación de la comunidad comiquera? ¿Solo quieres leer a tus personajes favoritos no importa cómo? ¿Eres parte del problema? ¿De qué lado estás?

Bottom line: la vida y obra de Grant Morrison vivirá en la memoria colectiva por mucho tiempo, y tanto él como Alan Moore seguirán siendo las fuerzas creativas que polarizan a este medio del superhero comic, pésele a quien le pese.

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