Les Quatre Cents Coups

Una entrañable cinta de gran claridad narrativa que retrata a la soledad y dolor sin filtros, que celebra a la inocencia y la despedaza a la vez.

Les Quatre Cents Coups | Francia, 1959
Dirigida por François Truffaut
Historia original por Truffaut, y adaptada por Marcel Moussy
Reparto: Jean-Pierre Léaud, Patrick Auffay, Claire Mourier, Albert Rémy y Guy Decomble
Cinematografía por Henri Decaë
Musicalización por Jean Constantin
Edición por Marie-Jos?phe Yoyottle
Producida por François Truffaut
Distribuida por Cocinor Films

Aún y cuando Jean-Pierre Melville rompe los moldes de la cinematografía francesa en los albores de la década de los 50s, es Les Quatre Cents Coups (The 400 Blows en inglés) la que inaugura lo que se conoce como la Nouvelle Vague, o Nueva Ola del séptimo arte.

Y esto se da gracias a un constante conflicto interno entre quienes ven al cine como un estándar rígido que debe de convertirse en algo maleable. Con una influencia notable de producciones estadounidenses de gran nivel artístico e importadas tras el término de la Segunda Guerra Mundial, surge ese afán por buscar nuevas alternativas a la presentación de una producción cinematográfica.

Esto lleva al empedernido cinéfilo e incisivo crítico François Truffaut a emitir un sentido y conciso manifiesto llamado “Une Certaine Tendance du Cinéma Français” (Una cierta tendencia del cine francés) que cuestiona los trends sin innovación tanto de realizadores como de guionistas, llegando a la denuncia de preservar una ‘tradición de la calidad’ que mantiene en eterno letargo al cine galo.

Honrando a directores americanos de vanguardia como Hitchcock (activo desde los 20s en el cinema silente y con magníficas producciones tras la aparición del sonido), Truffaut redacta una disertación muy interesante sobre el estado del cine y cómo debería de ser.

Esta ‘guerra’ define un parteaguas entre la adaptación cinematográfica de la literatura con lo que ahora se le conoce como cinèma verité, que ofrece retratos honestos de la realidad, y que en Italia empezaba a resonar con fuerza.

Sin embargo, Les Quatre Cents Coups no se remite a seguir esa tendencia, sino que impone otra completamente distinta y que se siente fresca, un terreno narrativo fértil e inexplorado. Truffaut apuesta por la experiencia personal e íntima que evita caer en el género neorrealista.

Truffaut convierte a su ópera prima en un testamento con un estilo propio, donde asume el control total, acuñando la imagen del auteur en la conciencia del espectador. El realizador toma como suyo el estandarte de Hitchcock como amo absoluto de la puesta en escena, y con ello lleva una agenda encaminada en redescubrir para su audiencia (inicialmente en la publicación de Cahiers du Cinèma en la que fue colaborador y crítico) las joyas perdidas dentro del verdadero cine de calidad.

Este apego en la película como una ‘obra de autor’ despertará en el futuro álgida controversia, donde la contribución de un equipo de producción es puesta bajo escrutinio, siendo situada por debajo de la visión del director, aunque como resultado final nos lleve evidentemente a una situación de perder-perder para quienes se detienen a analizarla.

Pero el impacto conceptual de la Nouvelle Vague no hubiese sido efectivo si el producto final (el film persé) no hubiese hecho honor a las palabras de Truffaut. Es aquí donde la magia interior de Les Quatre Cents Coups sale a la palestra con gran éxito y resultados contundentes.

Truffaut imbuye todo su talento y experiencias personales para tejer una historia inolvidable que retrata la dureza de lo que puede ser el umbral a la adolescencia para un niño sin amor.

La película narra la historia de Antoine Doinel (interpretado por Jean-Pierre Léaud), un jovencito de 14 años quien sufre de la indiferencia y falta de afecto de su madre y padrastro (Claire Mourier y Albert Rémy, respectivamente), que ven en él sólo una carga.

Esto se refleja de forma evidente en su falta de interés en la escuela, recibiendo los regaños frecuentes de su maestro (Guy Decomble). El niño encuentra en la amistad leal de René (Patrick Auffay) un soporte y escape de su dura realidad. Ambos pasan la mayoría de su tiempo en el cine, escapando de clases y realizando hurtos sencillos.

Esta vida es el reflejo de la falta de una figura paterna, lo cual lo lleva a huir de casa, vivir como un vagabundo, ser recluido en una correccional para menores, para finalmente ser una constante víctima de un veleidoso destino que le tiene preparadas más tribulaciones que sortear y enseñanzas de vida por comprender (el director continuaría la crónica de las desventuras de este personaje en posteriores realizaciones).

La vida de Antoine es la vida del propio Truffaut, quien exhibe una gran inteligencia para mostrar pasajes autobiográficos emulando viñetas que representan recuerdos de una infancia dolorosa, pero sin perder en ningún momento el punto de vista del pequeño, que se preserva a más no poder, retratando la normalidad de su barrio natal, sus conversaciones típicas, las travesuras infantiles (reforzadas por un reparto de jovencitos excepcional) y los paseos y escapadas por las calles de París.

Siendo también un hijo conflictivo de un matrimonio indiferente y con pocas amistades, Truffaut evita el documental y el melodrama, donde el duro silencio y los reclamos descorazonados nos llevan a una empatía inusitada hacia el protagónico, quien lejos de triunfar se sumerge una y otra vez en un camino de incertidumbre, donde ninguna de sus travesuras y pocas experiencias alegres logran cambiar su trágico curso.

Léaud realiza una caracterización magistral para alguien de su edad, destilando de una forma inusual jovialidad y melancolía, así como momentos de introspección y de infortunio para su personaje. Parte del encanto de esta excepcional cinta radica en su sentido de improvisación, autenticidad y carisma (un desapego total al libreto cinematográfico con la intención de lograr un performance honesto), apoyado por un inolvidable tema musical (compuesto por Jean Constantin) que evoca la nostalgia, la ilusión juvenil y la pérdida de la inocencia en cada instante.

Parte de este dolor es presentado de forma brutal por las caracterizaciones de los padres del chiquillo, quienes sólo lo ven como un estorbo. Sobresale la escena donde el pequeño encuentra a su madre en la calle con otro hombre, así como también el cinismo continuo de su padrastro, quien cree que con sólo darle su apellido al niño ha cumplido su labor como jefe del hogar e imagen de ejemplo.

Esto justifica sobremanera los intentos del infante por llevar una vida fuera de la disciplina. Sus continuas mentiras son sinónimo de un hogar fracturado, en donde no importa que diga la verdad o mienta, el resultado siempre es el mismo.

Incluso los momentos de felicidad dentro de la familia son huecos a más no poder (la madre en su afán por no revelar su affair consiente al pequeño). La alternativa para el padre es mandar a su hijo a la cárcel en lugar de entablar un lazo más cercano. La escena donde el protagonista llora silenciosamente mientras lo llevan a la correccional es auténtica y lo más sentida posible.

Los momentos entre Antoine y René (los cuales están basados en la propia amistad del realizador con su asistente Robert Lachenay), siendo hijos de matrimonios fracturados, crean un vínculo sumamente especial con el espectador. La escena donde René intenta sin éxito visitar a su amigo en la correccional nos deja un momento real de pesadumbre.

Las aportaciones estéticas que Les Quatre Cents Coups le ofrece al cine son gracias al esfuerzo de Henri Decaë, quien junto a Raoul Coutard se convertirían en prestigiados cinematógrafos y referencias inmediatas dentro de la Nouvelle Vague. Decaë escudriña el largo y ancho de la pantalla para seguir la vida de Antoine, con secuencias desde el punto de vista del pequeño, tomas panorámicas, recorridos extensos por las laberínticas calles parisinas, planos largos que presentan a la familia completa en constante unión y desunión, estableciendo un voyeurismo subliminal que atrae nuestra atención.

La última escena de este film es atractiva e inusual, llena de varios niveles de interpretación: Antoine contempla el mar (el cual jamás había visto), para después mirar a la cámara de una forma inocente. Truffaut acierta al congelar la imagen y hacer un zoom y close-up hacia el rostro de su joven estrella, dejando en el aire su futuro ante los ojos del público, ofreciendo con esto una alternativa espectacular y novedosa al clásico desenlace neorrealista, una variante que significa un salto de calidad y pone distancia de lo que para muchos podría ser un homage.

Les Quatre Cents Coups se consolida como un documento personal que trasciende, que triunfalmente le da la razón a la agenda crítica de Truffaut en la búsqueda de algo nuevo que salga de la cansada norma, y que tanto es un producto colaborativo como una obra maestra concebida por la inventiva de su director, una historia de vida sumamente recomendable que despierta tanto recuerdos gratos como dolorosos en su audiencia.

 

Previous post Salò o le 120 giornate di Sodoma
Next post Man on Fire