— figuras folclóricas de discusión pública; my own personal canon

Quizás no exista un autor en el mundo de los comics que haya empleado al medio que lo rodea – periodistas, aficionados y publicadoras – más a su favor como Mark Millar. A pesar de no ser un dominante de los medios electrónicos o redes sociales para amasar a una descomunal base de lectores, ni de utilizar al máximo estas herramientas digitales de expresión inmediata como lo hace Warren Ellis, o bien no ser un analítico incisivo e inquisidor del mainstream y sus áreas de oportunidad como Joe Casey, Millar aprovecha con acierto cada instante para promover su obra de la forma más estrafalaria posible, envolviéndonos con su atrayente y bien adiestrada habilidad como publirrelacionista.

Mientras que Neil Gaiman empleó al comic como plataforma de lanzamiento para aventurarse de lleno como novelista y nunca mirar atrás al Noveno Arte, Millar reconoce y abraza por completo su estatus como ícono de esta industria, una posición envidiable que ensalza su figura y le abre todas las puertas, conocedor de lo que sus lectores quieren y demandan de sus pop comics: un sentido de novedad adicionado de irreverencia, grand moments and clever lines, siendo un maestro en su sagacidad y ocurrencia a la vuelta de cada página.

Paulatinamente, Millar se ha quitado esa figura de “acólito” de Grant Morrison, generando alrededor de él un aura de celebridad, una superestrella a diferencia de la efigie de “rock star” que acompaña a su otrora maestro, y que con el paso de los años se han vertido una serie de leyendas urbanas que los han puesto en rumbos distintos y bajo una aparente enemistad que en retrospectiva les ha venido muy bien.

Construyendo a su alrededor un pseudo sello editorial denominado Millarworld, el oriundo de Coatbridge, Escocia ha logrado delinear un body of work cuya principal propiedad ha sido el saber escurrirse en la consciencia colectiva hollywoodense, que es mutable, maleable para ser adaptado al formato cinematográfico a pesar de perder sus propiedades fundamentales que lo hicieron exitoso en los medios impresos.

Acostumbrado a generar una explosiva controversia a su alrededor con el fin de darle prominencia a su colorida e inusual obra, Millar se abre paso entre los consagrados del comic, creando como resultado un submercado trazado, irónicamente, para una audiencia fuera de las esferas del arte secuencial: un público neófito, casual, de la misma manera en la que el medio cinematográfico trabaja para concebir productos para nichos específicos. Así como siempre existirá una película de acción, una comedia romántica, una cinta animada para los niños y dramas familiares, existe un comic de Mark Millar dispuesto a abrirse paso en los círculos mainstream.

Bottom line, las obras definitivas de Millar se encuentran adheridas a esa sensibilidad populista que tanto aliena al connoiseur pero que cautiva a quienes todavía encuentran en el comic una excusa escapista que es capaz de asombrarnos.

Mientras The Ultimates resucitó a Marvel Comics para convertirse en el primer exponente de gran envergadura dentro del “Age of Awesome” comiquero en los albores del siglo XXI (y que separó en definitiva a Millar de la sombra de Morrison), fue The Authority, y tomando nada menos que la estafeta de un Warren Ellis, la que cimentó al escocés como una mente tanto torcida como elocuente para generar escenarios que se debaten entre lo grotesco, lo políticamente incorrecto, lo entrañable, lo divertido, lo desafiante, lo valiente y lo original. Wanted epitomiza esa intersección autoconsciente entre el comic y la adaptación multimedia que lo apartó por completo de un ghetto que se venía extendiendo para un grupo de autores de carrera naciente desde el año 2000 (y que lo situó permanentemente en el panteón de los Moore, Gaiman, Ellis, Morrison, Bendis, Miller…), pero es Nemesis la que se consolida como el matrimonio perfecto entre la libertad que el medio del comic ofrece, pero navegando bajo atmósferas multicolores propias del blockbuster americano á la Tony Scott, con los giros en el guión como si fuesen concebidos por un Bryan Singer en su mejor forma.

En dicho tenor es Nemesis, con un esfuerzo artístico tanto estilizado, ultraviolento, espeluznante, encarnizado y de amplia verticalidad de Steve McNiven, la que se convierte en el auténtico testamento de su ingenio, superando por mucho a su gran demostración como storyteller con la saga superheróica-geopolítica llena de ternura, dramatismo y nostalgia que provoca Superman: Red Son, y cuyas últimas páginas proveen lo que para muchos es el mejor final jamás escrito para un comic de Superman — aunque siendo éste una idea y regalo provisto por Morrison, ni más ni menos.

Así, abriéndose camino entre la admiración y escozor que provoca su imagen, Mark Millar proyecta una faceta distinta para el comic: un medio capaz de demoler barreras autoimpuestas y con ello moverse merecidamente alrededor de círculos de expresión en distintos idiomas artísticos, y al alcance de una audiencia mayor.

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