Possession | Francia, 1981
Dirigida por Andrzej Zulawski
Libreto cinematográfico por Frederic Tuten y Andrzej ?u?awski
Reparto: Isabelle Adjani y Sam Neill
Cinematografía por Bruno Nuytten
Musicalización por Andrzej Korzynski
Edición por Marie-Sophi Dubus y Suzanne Lang-Willar
Producida por Marie-Laure Reyre
El mejor cine es aquel nacido de la propia experiencia personal, surgido de sucesos incomprensibles en los cuales la única manera de darles sentido es torciéndolos hasta cobrar una forma que puede ser tanto directa como abstracta, y cuyo significado logre calmar nuestra propia turbulencia interna que nos ha sacudido y que nos lleva a formular una respuesta que logre aminorar traumas o que evoque tanto la belleza fugaz de un instante inolvidable o que conjure todo nuestro encono, arrebato o reclamo hacia lo que consideramos injusto y/o inexplicable.
Andrzej Zulawski, fiel a su estilo, tuerce las convenciones para construir un relato cuyo acertado guión toma lo mejor del drama clásico e introspectivo del teatro, con monólogos que se mueven sobre una aguda crudeza y que son distantes de matices melodramáticos, que son directos y sinceros y que atraviesan umbrales dramatúrgicos, sobrenaturales, psicológicos, teológicos y eróticos. El cineasta pondera las razones que lo llevan a crear una pieza de estas características:
“Possession was born of a totally private experience. After making ‘That Most Important Thing’ in France (1975), I went back to Poland to get my family (which at the time was my wife and my kid) and bring them to France.
I had two or three interesting proposals to make really big European films. But when I returned to Poland I saw exactly what the guy in ‘Possession’ sees when he opens the door to his flat, which is an abandoned child in an empty flat and a woman who is doing something somewhere else. It’s so basically private.”
Possession trasciende sobre estas capas sin traicionarlas, desmenuzando la condición humana y las fuerzas externas que la moldean, confeccionando una cinta de gran dureza que gravita bajo parámetros familiares – una mezcla exquisita del estilo inquisitivo que asemeja a un Milan Kundera bajo una enigmática estética visual que analiza el aprisionante poder de la feminidad en ambientes mutables y bizarros, y que nos remite inmediatamente a la obra sin igual de David Cronenberg – pero que sin embargo es original a más no poder.
Possession desorienta al ser un híbrido que se confunde entre la experiencia teatral y el séptimo arte, bajo una labor histriónica notable de un Sam Neill e Isabelle Adjani, ambos en sus performances definitivos, enfrentados en un duelo de voluntades donde se juega la cordura y la aceptación definitiva de un amor que se perdió para siempre ante la falta de convivencia.
Esta confrontación nos acorrala y sumerge en un turbulento vendaval de emociones y reflexiones en los que salen a flote traumas severos como la desesperante soledad, el abuso físico y psicológico, la culpa, la infidelidad, la ausencia de la fe y la conformidad derrotista ante la opresión de un mundo rancio, oscuro y deprimente sacudido por la intriga política y la represión, y que se manifiesta como un lugar insípido y completamente ausente de color humano, desolador y cuya enormidad parece engullirnos en una espiral depresiva que nos aleja de lo más importante.
Sin lugar a dudas esta obra es un trabajo muy personal, que retrata una ventana grotesca hacia el mundo detrás de la Cortina de Hierro – en este sentido, Possession es un film muy europeo en el que se transpira esa necesidad de denuncia, bajo escenarios icónicos como el Muro de Berlín – y también de los sacrificios que exige la vida en convivencia, de ser aquello que llene las expectativas mutuas de la vida conyugal, aunque a simple vista esa alternativa pueda ser horripilante ante nuestros ojos, en donde el trabajo en efectos visuales de Carlo Rambaldi entrega con gran efecto estas metáforas que refuerzan los contenidos que el director desea transmitir.
La cinta juega con los extremos de estas ideas, bajo un manejo de cámara soberbio que somete al público a una serie de estados alterados, un desorden mental que se traduce en actitudes hostiles, feroces, en ambientes lúgubres llenos de símbolos que al unísono intentan explicar sin un resultado claro el fracaso de un matrimonio.
Sin embargo, este objetivo se disfraza en forma interesante a lo largo de la cinta, incluyendo una recta final en donde Zulawski elabora un enigmático collage audiovisual de naturaleza surreal que habla de una actitud derrotista que transgrede al espectador, alejándose completamente del melodrama de un Kramer vs. Kramer y las atmósferas mundanas de Scenes of a Marriage (a la que el propio director consideraba de buena manufactura pero estéril, vacía) – aunque compartiendo su interés por ser verdaderamente profunda – para aproximarse a terrenos más provocativos, honestos y escalofriantes como los de un The Brood del propio Cronenberg y escenarios decadentes y fragmentados de un Bad Timing de Nicolas Roeg, siendo una cinta que funciona en múltiples niveles tanto como pieza de cine de género y de análisis de las relaciones humanas en el mundo de la Post-Guerra.
“Now I can go back to it many years later, but even the dialogue in certain kitchen scenes and certain private scenes is like I just wrote it down after some harrowing day. So it’s amazing how such a private thing became a kind of icon.
Please believe me; it’s mentally very disturbing to see that your very private little film became something in which so many people recognize something of themselves.
Thirty years later I’m still thinking about it.”