The Tree of Life | Estados Unidos, 2011
Escrita y dirigida por Terrence Malick
Reparto: Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain y Hunter McCracken
Cinematografía por Emmanuel Lubezki
Musicalización por Alexandre Desplat
Edición por Hank Corwin, Jay Rabinowitz, Daniel Rezende, Billy Weber y Mark Yoshikawa
Producida por Plan B Entertainment y River Road Entertainment
Distribuida por Fox Searchlight Pictures
No cabe duda que cada película de Terrence Malick es un evento fuera de serie.
El propósito de The Tree of Life intenta ser elusivo, pero sin duda alguna es una síntesis de las obsesiones que persiguen a su controversial y visionario realizador.
Con una gran carga filosófico-teológica-dramática, The Tree of Life presenta en base a imágenes una historia de remembranza y arrepentimiento, donde su narración en voice-over emplea un lenguaje de tinte sacro, con connotaciones maternales, enunciados que se intercalan con arriesgadas secuencias que retratan la evolución de la vida en el planeta Tierra, así como la comunión del ser humano con la naturaleza y su entorno, a medida que vamos analizando los recuerdos de un hombre (Sean Penn), cuya difícil infancia está plagada de anécdotas joviales con sus amigos y hermanos hasta una tensa relación entre su estricto, culto y devoto padre (Brad Pitt) y los gestos de amor, ternura y arrebatos de tristeza que embargan a su madre (Jessica Chastain).
Malick logra un refinamiento a los temas que permean en su filmografía, dando un paso de altísima calidad en su presentación ante la audiencia. Si la narración de corte religioso y humanista de The Thin Red Line (1998), la exploración de una infancia cruenta en paisajes llenos de divinidad en Days of Heaven (1978), la evocación de emociones a flor de piel con tintes poéticos de Badlands (1973) y el travelogue naturalista e histórico de The New World (2005) nos impresionaron, The Tree of Life los concentra en formas revolucionarias, mucho más abstractas y logrando una realización increíblemente efectiva con gran desarrollo histriónico, cuya sutileza y lenguaje corporal proyecta significados universales y conocidos de la desintegración familiar, donde el escozor es palpable a pesar de sus escasos diálogos.
Los paisajes y escenografía son retratados con viveza, capturados de forma sobresaliente por el cinematógrafo mexicano Emmanuel Lubezki, siendo sin duda su mejor trabajo en el cine.
Los efectos visuales consolidan a esta cinta como la sucesora espiritual de 2001: A Space Odyssey, cuya diferencia recae en que la exploración interna es llevada a la palestra de una forma más directa, en lugar de atravesar las fronteras del adelanto científico y la añorada trascendencia como probable destino final de la humanidad.
En este aspecto, Douglas Trumbull entrega toda su sapiencia para representar al universo concebido por la hipótesis, creando un film en estado de fuga, donde las secuencias de Sean Penn entre el desierto nos trae a la mente la legendaria imagen del Alquimista en La Montaña Sagrada de Jodorowsky, llevándonos a un viaje 100% reflexivo, contemplativo y de autodescubrimiento.
Malick nos conduce de lo micro a lo macro, tratando de encontrar un punto de reunión, donde un manejo de cámara en completa libertad se debate entre lo distante y lo voyeurista, apreciando y a la vez involucrándonos en la vida de una familia situada entre la unión y el tormento auto impuesto, siendo una cinta cuya labor actoral logra transmitir sentimientos genuinos, concentrándose en la mirada del mundo a través de los ojos de un pequeño (Hunter McCracken), cuyos matices emocionales simbolizan el estado más puro de nuestros recuerdos, que definen si nuestra vida es dominada por el dolor o la felicidad.
Este poderoso character arc es paralelo a un tour de force audiovisual donde el realizador experimenta con el medio del cine para también buscar respuestas a sus pesquisas intelectuales, consolidándose como uno de los realizadores avant garde definitivos del cine y cuyo auto exilio no hace más que agrandar su mito, así como su output — a pesar de lo reducido y esparcido a lo largo de cuatro décadas – es objeto de reconocimiento, admiración, polémica y múltiples interpretaciones.