Metropolitan

Un film ingenioso y erudito que explora con gran corazón el desconcierto de la juventud ante el futuro.

Metropolitan | Estados Unidos, 1990
Escrita y dirigida por Whit Stillman
Reparto: Carolyn Farina, Edward Clements, Taylor Nichols, Christopher Eigeman, Allison Rutledge-Parisi, Dylan Hundley, Isabel Gillies, Bryan Leder, Will Kempe y Elizabeth Thompson
Cinematografía por John Thomas
Musicalización por Mark Suozzo, Tom Judson, Jock Davis, Billy Jokes y Joe B. Warner
Edición por Christopher Tellefsen
Producida por Whit Stillman, Brian Greenbaum y Peter Wentworth
Distribuida por New Line Cinema

“I think few people’s lives match their own expectations.”

Metropolitan es una de esas películas que encuentran una conexión especial en su audiencia. En lo personal me sentí completamente identificado con su setting, con sus personajes, con su manera de ver la vida y sus expectativas.

La cinta narra las vicisitudes en la existencia de unos jovencitos de familia acomodada en un punto del tiempo en la ciudad de Manhattan, quienes encuentran la agradable compañía de un muchacho de clase media-baja de nombre Tom Townsend (Edward Clements).

La visión peculiar del mundo de estos personajes refleja los traumas tradicionales de la juventud en el umbral de una madurez que los atemoriza, donde la idea del fracaso como seres de provecho en la actualidad los lleva a analizar y tratar de entender si su posición social está sufriendo una decadencia que los arrastrará a decepciones mayúsculas, a medida que intentan encontrar la independencia, las respuestas a sus dudas y el amor verdadero.

Metropolitan es una de mis cintas predilectas más que nada por la economía de las imágenes, la sagacidad de su libreto cinematográfico –intenso, analítico, conciso, provocativo, meditativo, sardónico, cándido y emotivo, el cual recibió una Nominación a los Premios de la Academia en 1990 — el cual sin duda es uno de los mejores jamás logrados.

Su director, Whit Stillman, crea una joya de bajo perfil que desmenuza la inquietud juvenil que contempla el final de una etapa con nerviosismo, que intenta trazar un camino entablando un discurso filosófico que ayude a conciliar ese miedo al fracaso y justificarlo en base a un contexto basado en la herencia familiar, los cambios sociales que reemplazan a la aristocracia con el ascenso de la clase media, criticando su inherente decadencia y rechazándola de tajo — no en balde como parte de esa rebeldía ellos acuñan el concepto de “Urban Haute Bourgeoisie” como una etiqueta de su propia manufactura que rechaza cualquier peyorativo — pero sin tener una idea clara de cómo reemplazarla por una actitud más proactiva hacia la obtención de un bienestar que los aleje de la obsolescencia y los meta de lleno en una existencia productiva que enriquezca su alma.

Stillman evita preámbulos innecesarios y se concentra en el desarrollo de sus personajes, sin necesidad de sobreexponer la opulencia que rodea las vidas de sus protagonistas, y en su lugar crea a un ensamble de personalidades atrayente, mixto, con una opinión de la vida completamente dedicada a buscar el exorcismo de estos traumas, donde la ingenuidad paulatinamente da paso a la realización de su lugar en el mundo y cuáles deben ser sus deseos más importantes, creando situaciones irónicas, divertidas, curiosas, profundizando en aspectos como la necesidad de convivencia en sociedad, la amistad sincera y duradera, la ausencia de la guía paterna, el despertar sexual, la búsqueda del primer amor, las experiencias dolorosas que esto acarrea y que sin duda nos evoca emociones básicas y universales que a todos nos han ocurrido en algún momento — en este aspecto el uso de la música es perfecto para evocar a la cinta como un sentido pasaje, una preciada anécdota que se conmemora de modo jovial, llena de enseñanzas invaluables.

Stillman nos regala en la recta final de la cinta un momento clave que les reafirma a estas almas atormentadas que todo forma parte de un ciclo y que estas dudas de alguna u otra forma persisten a medida que la vida continúa.

La cinta aunque menciona continuamente a la obra y estilo de la novelista Jane Austen, evita sobre todas las cosas caer en el melodrama, y sólo sirve para darle un marco de referencia a audiencias casuales. La película se estructura en base a viñetas que van añadiendo capas de análisis a medida que estos individuos de notable fragilidad se muestran ante nosotros, destacando la actuación de Clements, quien es el ancla sobre el cual el público de sostiene para poder conocer la actitud sarcástica que esconde el miedo inherente de Nick (Chris Eigeman), la disertación teológica y socio-política de Charlie (Taylor Nichols), la inocencia y esperanzas de la debutante en sociedad Audrey (Carolyn Farina), la actitud libertina de Cynthia (Isabel Gillies), la necesidad de independencia y escape de Sally (Dylan Hundley), la superficialidad y aceptación de la misma de Jane (Allison Rutledge-Parisi), las actitudes nocivas de la burguesía encarnadas por Rick Von Sloneker (Will Kempe), la insatisfacción que inunda la vida de Fred (Bryan Leder) y la realización de Serena (Elizabeth Thompson) quien acepta a Tom como la opción correcta en un mundo que le es completamente vacío.

A pesar de que comercialmente la cinta se promocionaba como “They’re doomed, They’re bourgeois, They’re in love”, Stillman es inteligente al evitar en todo momento que la comedia romántica se apodere de la narrativa, sirviendo solamente como aderezo para amplificar la incertidumbre de sus actores principales, y llevándolos a enfrentar sus emociones y preguntas de una forma directa, aún y cuando son irresolutas, dando por sentado la naturaleza de esta existencia llena de cabos sueltos, palabras sin decir e intenciones sin elaborar, a medida que continuamos nuestro camino en este mundo, en la época en que nos ha tocado vivir.

Metropolitan es una excelente realización que retrata el ansia juvenil de forma inteligente, pícara y evocativa, un documento fílmico que introduce al séptimo arte el estilo intuitivo e intelectualmente desafiante de Whit Stillman.

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