La Guerra Digital

Cuando las redes sociales pierden la cabeza, sabes que es momento de mirar para el otro lado.

Arrancó el año 2019, y lo primero que me topo en Twitter es que un simple Q&A entre Donny Cates (foto, izq.)—quizás el escritor más laureado del momento—y su público despotricó en lo que llamé un “clusterfuck masturbatorio mal pedo”. Obviamente todos sus colegas salieron al quite y en postura defensiva contra los trolls, quienes con sus armas afiladas les han declarado la guerra digital.

¿Niñerías? ¿Problemas de primer mundo? ¿Regressive man children consuming mass media? (lo leí por ahí, y le queda como anillo al dedo).

No he dejado de pensar en ello en estos días, y eso me recuerda lo dicho por el crítico de comics Tim Callahan, otro de mis héroes personales, y que se vuelve una reflexión acertada y urgente para entender a la postura actual del Artista del Noveno Arte contemporáneo:

“EVERYONE’S ON TEAM COMICS, WHERE YOU MAY HEAR A FEW GRUMBLINGS BEHIND CLOSED DOORS (OR AT THE HOTEL BAR ON CONVENTION NIGHT), BUT, PUBLICLY, THE WRITERS AND ARTISTS ARE RAH-RAH PROMOTION ENGINES NOT JUST FOR THEIR OWN COMICS, BUT FOR MAINSTREAM COMICS IN GENERAL. […] I DON’T HAVE A PROBLEM WITH ANY OF THAT, OF COURSE. IT’S CALLED PROFESSIONALISM. YOU DON’T THROW YOUR COLLEAGUES TO THE GROUND AND STOMP ON THEM IN PUBLIC.”

Team Comics. Solo hay que ponerle un hashtag. Ya quisiéramos que autores y artistas se lanzaran mierda unos a otros. En una industria llena de egos y pocos esfuerzos por abogar en mejores condiciones laborales y acuerdos colectivos, debería de ser la norma, ¿no es así?

Se podría decir que desde la salida de Bill Jemas de la cúpula directiva de Marvel en 2004 y posteriormente Paul Levitz de la presidencia de DC en 2009, el comic mainstream como un todo pareciera haber firmado el Non Disclosure Agreement más grande de la historia. Un acuerdo de confidencialidad al estilo “don’t ask-don’t tell” de magnitudes monumentales, en donde solo se promueve el amor mutuo y lo grandioso que es esta profesión, y cualquier intento por destapar a las cloacas o a las latas de gusanos es un shoot-on-sight/blacklisting garantizado.

Entre 1998 y 2004, que fue cuando empecé a leer comics en inglés, la rumorología sobre disputas internas entre editores, guionistas y artistas visuales eran el pan de cada día. No había descanso para enterarte ya sea del último tantrum, la censura o el despido injustificado e infligido hacia la gente de comics que gustes y mandes. Y cuando el Internet se volvió una herramienta de uso constante, el anecdotario de abusos y dilemas éticos no se hizo esperar. Those were the times.

Las teorías de conspiración son rampantes, pero lo único claro es que existe un aparente compromiso entre las editoriales y los profesionales del medio comercial por la no-agresión, probablemente a cambio de que las publicadoras no repitan las historias de horror de antaño sobre quienes con su trabajo arduo construyeron lo que son ahora: unos gigantes multimedia sin parangón.

Es decir, no puede ser que convivan al mismo tiempo el éxito monumental de Marvel y DC con el silencio absoluto y la ley mordaza para los despojos sufridos hacia autores como Siegel, Schuster, Kirby, Ditko, Moore y un largo etcétera. Algo huele raro.

“TEAM COMICS HAS BECOME A WIDELY ADOPTED PHILOSOPHY (MINDSET? CULT?) AMONGST CREATORS, CRITICS, AND READERS OVER THE PAST DECADE, IT ULTIMATELY BOILS DOWN TO THE IDEA THAT “IF YOU POINT OUT HOW BAD COMPANIES, CREATORS, AND COMICS ARE THEN THE ENTIRE INDUSTRY WILL DIE—AND IT WILL ALL BE YOUR FAULT!!!” THIS IDEA OFF THE BAT IS FUCKING RETARDED, IF COMICS ARE SO FRAGILE THAT ONE BLOG POST, MESSAGE BOARD TROLL, OR CREATOR (GASP!) CAN BRING THE INDUSTRY TO ITS KNEES, WITH ONE COMMENT, THEN THE INDUSTRY IS DOOMED NO MATTER HOW POSITIVE EVERYONE ELSE IS.”
— SHAWN STARR.

La Era Digital ha reducido las brechas que nos separaban tanto de las personas a las que admiramos como de nuestro prójimo, incluyendo a las corporaciones y multinacionales. A todas sus acciones y opiniones le corresponden una reacción nuestra—positiva o negativa—volviéndonos parte de un problema que se acrecienta día con día: todos queremos participar en la conversación. Todos queremos compartir nuestro trabajo, nuestro fan art, nuestro punto de vista. Todos queremos llamar la atención de nuestros creadores favoritos y no tan favoritos. Todos queremos decirles lo mucho que significan para nosotros estos trabajos de ficción y los personajes que los protagonizan. Todos queremos ser parte de todo. Todos creemos que lo que pensamos importa. Y con permiso de The Dark Knight, todos queremos ver al mundo arder.

Pero se nos olvida que no podemos tenerlo todo en esta vida, ni en la siguiente. Por eso es importante saber gestionar nuestras emociones. ¿Hasta qué punto debemos involucrarnos en nuestros hobbies? ¿Hasta qué punto se han apoderado de nuestras vidas? Y sobre todo hasta dónde llega el nivel de permisividad a nuestros contenidos en editoriales, redes sociales, blogs, etc.

También es importante entender que no todos somos iguales. Probablemente uno sea más cauteloso, prudente y respetuoso con el prójimo. Pero quizás no sea lo mismo con la persona de enfrente, o del otro lado del monitor. Esas diferencias son las que enriquecen y (desafortunadamente) enrarecen el comentario no solamente de comics sino en cualquier otro tema, llevándose de encuentro (y al carajo) a los colectivos (sensibles o no) que lo rodean y que forman parte de la conversación.

“Social media (Twitter in particular) continues to be a poor participant at the table of intelligent, thoughtful discourse. An obvious statement, but one that bears repeating. Talk to other humans about controversial topics of the day. Get off your phone. —written from my phone.”
— Seth McFarlane.

También le hemos dado mucha importancia a las reacciones de terceros sobre lo que publicamos. Si el fútbol, por ejemplo, se dice que es lo más importante entre las cosas MENOS importantes, ¿en dónde dejamos a los comics, a las películas, al anime, a las series de televisión, a los libros, etc.?

Tenemos filtros, mutes, blocks e ignores a nuestra disposición, y aun así seguimos publicando a la espera de una reacción que nos reafirme, sin considerar lo brutal y frío que puede ser la crítica.

Más que herramientas para compartir, el uso que le damos a estas aplicaciones digitales nos ha disparado el ego. Nos volvimos lejanos. Las hemos convertido en una válvula de escape para nuestras frustraciones, traumas y vicios más profundos, en lugar de aprovecharlas para el autodescubrimiento, la sana convivencia, el debate propositivo y la ayuda mutua.

“ULTIMATELY, DESPITE ALL OF THE BENEFITS THAT THE INTERNET AND SOCIAL MEDIA PROVIDE IN DISSEMINATING INFORMATION AND IMPROVING COMMUNICATIONS, IT MAY HAVE TORN DOWN THE HEALTHY MANNER IN WHICH WE USED TO CONSUME AND DEBATE […] WE NOW LIVE IN THE AGE OF ENTITLEMENT AND ANONYMITY, AND ANYONE WHO HAS EVER PERUSED A COMMENTS SECTION CAN SEE THAT IT HAS GIVEN FREE REIGN TO THE DARKER CORNERS OF THE INTERNET THAT DON’T HAVE TO FACE THE CONSEQUENCES OF THEIR WORDS.”
— BRANDON KATZ.

Tanto creadores, fans y habitantes de esta esfera virtual hemos convertido a nuestras experiencias online en oscuras corrientes de pensamiento que solo alimentan o despedazan nuestra autoestima. Esto se ha vuelto un mundo ajeno a ejercicios de humildad y códigos de comportamiento. Nuestra falta de autocrítica le ha quitado la diversión a estas cosas tan fascinantes dentro de la cultura pop, y no nos ha permitido divulgar sus profundas áreas de oportunidad.

Sólo nosotros tenemos la capacidad para inyectarle a nuestra vida en línea un freno o un péndulo moral. Como dijera Warren Ellis, no permitas que te vuelvan miserable.

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