Con la lectura de comics de superhéroes pasa algo peculiar: mientras más los lees, más te das cuenta de que poco a poco comienzan a repetirse ciclos, ya sea entre cada lustro o cada década:

Inicialmente, las publicaciones de “ficción inmediata” fueron el prototipo del superhéroe y una fuente importante de inspiración. De ellas surgen ideas como el uso de una identidad secreta y la obtención de poder a través de las armas, los objetos místicos, el intelecto y los dotes fisiológicos. Además, la exploración de escenarios fantásticos, citadinos y rurales crean escenarios en los que se suscitan historias donde el crimen, lo sobrenatural y la ausencia de la justicia conjugan elementos temáticos propios para el desarrollo de esta clase de personajes.

La posterior obsolescencia del género nos habla del paso de modas y tendencias dentro de la literatura, y eso se extiende también a la prosa, víctimas de un mercado cambiante en donde las publicadoras se libran de todo riesgo proveyendo al lector de lo que pida. Con el paso del tiempo ocurre el denominado “revisionismo”, en donde se redescubren estas historias del pasado y se traducen a un lenguaje distinto y moderno, con personajes de manufactura similar pero que revitalizan a aquellas ideas vetustas para una nueva época y audiencia, capturando al zeitgeist en la página impresa. A pesar de todo ello, el tiempo es implacable y el superhéroe se diluye.

El regreso del héroe disfrazado viene acompañado otra vez de un sentido de novedad, ahora inspirado por la literatura de ficción especulativa. Este “boom” fomenta la publicación de series de temática variada, por lo que el comic como tal consolida su resurgencia y amplitud temática.

Esta bonanza sienta las bases argumentales y sus fórmulas, así como delinea a los personajes insignia que marcarán la pauta de los best sellers. Aun así, poco a poco se confeccionan mecanismos de autocensura con el afán de mitigar cualquier tipo de reclamo del público casual, reemplazando creatividad por normalidad. Con el correr de los años estas instituciones cambian de nombre,  estructura, exponentes individuales y canales de comunicación, pero siempre teniendo algo que decir en contra de los comics. A pesar de ello el medio busca permear en mayor o menor medida en la consciencia del público.

El ciclo reinicia a través de estupendos comics de acción pero bajo un enfoque muy reflexivo sobre las vicisitudes y drama interno de los personajes, con un trasfondo de consciencia social bajo la pluma de autores premier y pioneros en la narrativa.

Posteriormente, una evidente desaceleración lleva a una etapa de estancamiento y a una infame “implosión”, en la que un gran número de títulos fueron descontinuados. Los comics de tiraje mensual con planes a largo plazo y densos en bagaje denotaban una zona de confort, con pocos “garbanzos de a libra” que rompían los moldes establecidos, y que como recompensa ganaban un lugar como series de culto.

Este nivel de mediocridad—denunciado a través de círculos de crítica o por los propios profesionales del comic—orillan a las grandes editoriales a encontrar soluciones creativas para estos problemas evidentes, por lo que la publicación de series conmemorativas y respaldados por títulos satélite formaron un combo que fue lucrativo y que fomentó hasta el hartazgo la saturación excesiva y las tendencias completistas del coleccionista empedernido—una actividad en completa madurez y que se repite de generación en generación.

Y tras dicho slump, vemos un segundo renacimiento en donde el comic de superhéroes encuentra una narración no solo auténtica sino vanguardista, llevándolo a atravesar umbrales más allá del minúsculo mercado de los detallistas. El comic como objeto de arte es llevado a su estudio minucioso por círculos de crítica especializada, y a reconocer a las mentes maestras detrás de su éxito. Dichos puntos de quiebre dentro de estos ciclos comienzan a refinar los gustos del aficionado a la aventura gráfica, algo que se veía venir en el pasado cuando se publicaban títulos ajenos al superhéroe, ampliando las posibilidades de la industria.

Tras asentarse nuevos parámetros para contar historias entre héroes y villanos, surgen los trabajos que son pastiche, poco ambiciosos y que arrastran al lector a su consumo solo por inercia, explotando tácticas para aumentar su valor especulativo pero sin la sustancia suficiente para que sean un objeto literario fuera de la norma. De nuevo, nos hallamos en una contracción del mercado que amenaza con llevarlo a la ruina, salvándose algunos cuantos exponentes con cierto nivel de calidad.

Acto seguido, vemos una confluencia de factores técnicos y humanos que le dan un vuelco necesario a este marasmo. Las publicadoras se concientizan en minimizar pérdidas y maximizar el potencial de su acervo literario. Se derriban fronteras, se quitan lastres y se aboga por una renovación de la mano de autores sobresalientes y que piensan fuera de la caja, en una labor cuyo objetivo fue construir a los nuevos clásicos.

Ya asentadas estas nuevas “franquicias”, es momento de unirlas a través de magnos eventos, con un esfuerzo de promoción inusitado y a través de los llamados Nuevos Medios, exponiéndolas al escrutinio y cobertura de la prensa, los consumidores y a la comunidad de autores y artistas. El hecho de prolongar este modelo económico a más no poder llevó a los críticos a declarar una “fatiga”, aún y cuando las ventas señalen lo contrario.

El advenimiento de las publicadoras independientes y la proliferación de formatos de naturaleza finita y portable suponen un nuevo salto de calidad que refresca al medio, forjando a una nueva generación de voces nuevas, entusiastas y dueñas de herramientas de narración contracorriente, por lo que algunas de ellas son reclutadas para sacar un nuevo brillo a las fórmulas existentes.

De igual manera la teoría sobre el comic aumenta y la crítica encuentra a su vez nuevas formas de diseccionar al comic comercial para encontrar su valor o bien denunciar sus carencias. Este proselitismo nos habla de un comic en democracia pura y con múltiples contenidos y para todos los gustos.

La adaptación del comic en ambientes multimedia obliga a las publicadoras a ser cuidadosas con los contenidos que presentan hacia un público masivo, regresando con ello a modelos libres de novedad con equipos creativos intercambiables (la eterna dicotomía del personaje vs. el autor). Es posible apreciar también que los avances tecnológicos y sociales de un mundo interconectado han acelerado notablemente estos ciclos que hemos comentado.

De esta manera, tenemos ante nosotros a una industria del comic mainstream que es maleable, que se retrae y expande en momentos selectos, y que amplía su repertorio técnico a medida que evoluciona la narración, gravitando sobremanera entre lo nuevo, lo estacionario, los autores de vanguardia, las obras maestras, los curadores de lo clásico, los radicalismos, los círculos de opinión especializados, la auto-censura y la influencia de factores socio-culturales, dando como resultado una trayectoria elíptica, adaptable y de un notable sentido de supervivencia a la volatilidad macroeconómica y a los hábitos de consumo.

Cualquier diatriba sobre la “muerte de los comics” o “cómo salvar a los comics” es simple y sencillamente un aspecto más de su ciclo evolutivo y parte del comentario propio de cada época que nos ha tocado vivir al lado de ellos.

Viva comics.

“The comics will outlast us all, friend.”

—Joss Whedon.

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