Watchmen

De opiniones encontradas, Watchmen es una adaptación al cine del legendario comic escrito por el controversial Alan Moore. Su aparente fracaso o efectiva traducción al idioma del celuloide nos lleva a analizarlo profundamente desde múltiples perspectivas. You’ve been waiting for this.

WMposterWatchmen | Estados Unidos, 2009
Dirigida por Zack Snyder
Libreto cinematográfico por David Hayter y Alex Tse, basado en el comic homónimo escrito por Alan Moore e ilustrado por Dave Gibbons
Reparto: Malin Åkerman, Patrick Wilson, Jackie Earle Haley, Billy Crudup, Matthew Goode, Carla Gugino y Jeffrey Dean Morgan
Reparto vocal en el corto animado “Tales of the Black Freighter”: Gerard Butler y Jared Harris
Cinematografía por Larry Fong
Musicalización por Tyler Bates
Edición por William Hoy
Producida por Legendary Pictures, DC Comics, Cruel and Unusual Films y Lawrence Gordon Productions
Distribuida por Warner Bros. Pictures y Paramount Pictures

Watchmen no se puede juzgar completamente sin traer a la mesa todo su contexto, todo su bagaje, toda su controversia, porque esto define nuestra postura respecto al comic y cómo afecta nuestra apreciación hacia la película. No es ni la muestra aberrante del comic on film que nos quieren hacer creer los puristas ni el ejemplo definitivo de los excesos de su realizador, Zack Snyder (en ese sentido, Sucker Punch sería más indulgente y de una condena segura).

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Dar una crítica a Watchmen meramente por lo mostrado en pantalla sería justo pero es ofrecer una visión incompleta. Para la audiencia ocasional sería suficiente. Para los fans sería no darles lo que están esperando, y lo que esperan es intentar (infructuosamente) conjurar una opinión congruente acerca de su laureado autor, Alan Moore, incluyendo su imagen personal/profesional, su innegable lustre y presencia así como sus incendiarias reacciones como enfant terrible hacia la industria del comic, que se intensifican año tras año.

Watchmen es uno de los sucesos más trascendentes que han acontecido en el llamado noveno arte, y nunca estará en tela de duda su valía, y que por supuesto no es la intención de esta reseña el hacerlo. Pero si hablamos de Watchmen como el principio y el fin en los comics es una historia distinta.

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Mi primer contacto con la obra de Alan Moore fue una traducción al español de The Killing Joke (DC Comics, 1988) a la edad de los 14 años, y en principio mi opinión de ella no pasaba de ser una buena historia de Batman y Joker con un bonito arte (antes de saber quiénes eran ALAN MOORE y el ilustrador BRIAN BOLLAND), siendo sus centelleantes texturas day-glo, la determinista dramatización del origen del mercurial Joker y el breve atisbo a los pezones de Barbara Gordon (algo completamente subido de tono, morboso incluso, aunque justificado) los aspectos más interesantes para una entonces (y todavía, quiero creer) mente impresionable como la mía, y que no deja de tener un impacto significativo si interpretamos a esta obra como el primer intento de plasmar el impacto del terror psicológico de vanguardia en un comic comercial.

La imagen en cuestión, en versión original.

Para el fan contemporáneo descubrir a Alan Moore es parte del proceso de crecer en el medio del comic como lector. Como en la mayoría de los casos, se conoce a Watchmen por reputación y no es hasta tener un approach académico hacia esta historia que se descubre su inventiva como obra deconstruccionista del comic del superhéroe y su composición como una figura fractal, simétrica, gracias al arte de Dave Gibbons que una y otra vez construye tanto emotivos como brutales patrones al servicio de la densa, macabra, aguda, sentimental, terrorífica, presciente, entrañable, satírica, melodramática y pesimista narrativa que Moore ofrece a lo largo de cada página y en las soberbias caracterizaciones de sus protagonistas.

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Este comic es sumamente desafiante pero no es la obra que considero como el comic definitivo por excelencia. Es un paso más en un camino ya labrado años atrás por el drama Marvel-Style de Lee, Kirby y Ditko, el post-modernismo de Omega The Unknown de Gerber, el sexualizado liberalismo anárquico de un Chaykin en American Flagg! y el drama urbano plasmado en Daredevil de Miller. Dentro del output de Moore en dicha época, Miracleman es mucho más incisiva, devastadora e impactante. Como contrapunto a este tipo de historias, The Authority de Warren Ellis es la bofetada que hizo (aunque brevemente) salir del trance al comic corporativista del período 1980-1999, detenido y estancado en el tiempo intentando repetir las fórmulas tanto de Watchmen como de The Dark Knight Returns del propio Miller, en lugar de ofrecer algo superior.

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Aunque de una guerra entre Miracleman y The Authority, me decanto más por Grant Morrison y su Final Crisis como respuesta a la ultra violencia y el angst-ridden-comix de los últimos 30 años, y que lejos de ser literatura escapista se encuentra más cerca de ser la última obra de pensamiento lateral que el comic mainstream producirá en mucho tiempo.

Es de todos conocido mi inclinación hacia la obra de Morrison, pero no llego al extremo de suscribirme a la infame diatriba del “fuck Alan Moore” acuñada por Jason Aaron – una reacción equivalente a aplicar terapia de shock al fan de antaño que se rehúsa a aceptar que ya vivimos en una era Post-Moore y (tristemente) Post-Morrison. Es caer en el engaño de no apreciar lo que el propio Moore y su autoconsciente exit strategy de la industria nos ofrece:

You have to learn to LET GO.

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Aún y cuando Moore literalmente haya quemado puentes con el fandom y las casas editoriales de Marvel y DC, éstos se han empecinado en mantener en ámbar su legado para evitar desprenderse de él, de reiterar su éxito en lugar de dar el siguiente paso, haciendo más y más pequeño un mercado cautivo que no tiene forma de atraer a una audiencia mucho mayor. Esto le da forma y fondo al obsesivo escrutinio sobre Watchmen el film, surgido de esa mentalidad nociva de su grupo de seguidores, un deseo inconsciente de que la película triunfe en un mercado meramente neófito a la deconstrucción de un género que le es totalmente ajeno.

Esa grata disonancia que me permite desprenderme de Moore, de sus adeptos y sus imitadores me da la posibilidad de aceptar de una vez por todas que Watchmen, el film de Zack Snyder que se pensaba era “infilmable”, existe, pero que a final de cuentas nos convierte en parte del problema por el hecho de intentar hacer una reflexión respecto a ambas obras y el espacio que ahora comparten.

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Aunque tampoco esta cinta es el epítome del superhero epic (como el urgente y sutil social sci-fi que nos regala The Dark Knight Rises de Christopher Nolan), ni mucho menos el “Anti-Avengers” como lo hacen ver algunos e incluyendo al propio Snyder – un taciturno Chris Evans viendo las ensangrentadas trading cards de Captain America tienen más punch que un alcoholizado Jeffrey Dean Morgan rompiendo en llanto ante Matt (Max Headroom!!) Frewer.

David Mitchell, en su análisis personal sobre la adaptación de su novela Cloud Atlas al séptimo arte (y cuya trascendencia como una de las películas definitivas en la segunda década del siglo XXI está más que asegurada a pesar de su actual y notorio desaire por críticos y espectadores), acierta al demarcar la frontera entre la obra literaria y la versión cinematográfica de forma contundente, y que se ajusta al dedillo al hablar del caso de Watchmen como film:

“Adaptation is a form of translation, and all acts of translation have to deal with untranslatable spots. Sometimes late at night I’ll get an email from a translator asking for permission to change a pun in one of my novels or to substitute an idiomatic phrase with something plainer. My response is usually the same: You are the one with knowledge of the “into” language, so do what works. When asked whether I mind the changes made during the adaptation of “Cloud Atlas,” my response is similar: The filmmakers speak fluent film language, and they’ve done what works.”

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Considero que el “idioma fílmico” de Snyder es el acertado para traducir el mundo a cuatro colores de la obra original a la pantalla grande. Yo creo que visualmente es la cinta mejor realizada de toda su filmografía – a diferencia del bien elaborado tinte de sepia y dorado que envuelve a “300” y el bizarro collage que fue Sucker Punch –  siendo sus primeros minutos realmente una revelación para un talento todavía en bruto, donde se consigue un momento de triunfo al intentar emular la simetría narrativa del comic en su secuencia inicial, que da pie al asesinato de The Comedian (interpretado por Morgan), el cual detona los eventos que dan forma al comic de Moore y Gibbons.

Después, se muestra claramente lo mencionado por Mitchell: empleando su experiencia en el medio del vídeo comercial y publicitario, Snyder confecciona lo que es a título personal la respuesta correcta para sintetizar todo el contexto histórico que Moore crea a través de incontables páginas de addendums y apéndices en cada entrega de Watchmen, desplegando sobre la pantalla el mejor opening en un comic on film desde la inventiva de brutalidad existencial de Ghost World (2001) del realizador independiente Terry Zwigoff. Snyder confecciona una audaz secuencia bajo los acordes de The Times They Are a-Changin’ de Bob Dylan, una canción que encapsula perfectamente a la película como un period film situado en la época de mayor turbulencia social en los Estados Unidos, sólo que bajo las reglas de la ciencia ficción.

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Pero en acto seguido, la cinta traiciona esa naturaleza elíptica que hizo del comic algo memorable, trayendo a la mesa escenarios convencionales que desmoronan (¿intencionalmente?) las expectativas del fanático para presentar un relato más apegado a la complacencia de una audiencia mainstream, sin renunciar a la reverencia (meramente visual) que crearon Moore y Gibbons en su momento, pero que se pierde en sus intentos por trascender sobre sus orígenes, siendo un ejercicio muy superficial que rinde lip service y que se deja envolver por un conjunto de checkboxes a marcar.

Snyder es un cineasta de influencias, que permean alrededor de sus creaciones en diversas formas, y su mayor yerro es el no poder dominar el estilo preciso de un Kubrick para la disección de la condición humana, la inteligencia de un Fincher para ocultar todas sus fuentes de inspiración o la eficacia de un Tarantino para construir universos de gran presencia, basándose solamente en un atinado soundtrack. Podemos decir que es una lástima que no tuviese la guía de un Christopher Nolan para hacer Watchmen – su Man of Steel denota un salto descomunal a nivel dramaturgia en su interpretación de un superhero film, y en ese sentido esta película palidece notoriamente en comparación, y que se pierde entre todo el brillo y artificio que se monta alrededor del cast.

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Los voiceovers sobre los multifacéticos y despampanantes flashbacks parecen ser más interesantes que sus performances en el live action de su bizarra actualidad, aún y cuando el director hace un excelente esfuerzo en darles a todos los personajes un screentime balanceado, algo sobre lo cual la audiencia no se puede quejar en absoluto. Tanto Dr. Manhattan (Billy Crudup), Silk Spectre (Malin Åkerman), Ozymandias (Matthew Goode), Nite Owl (Patrick Wilson) y Rorschach (Jackie Earle Haley) completan sus respectivos character arcs en mayor o menor medida, pero que no dejan de ser peones de un plot que se mueve linealmente y que desafortunadamente ignora esas apreciadas tangentes que el comic ofrece para transmitir empatía entre ellos y el público.

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Con respecto al corto animado de Tales of the Black Freighter (integrado al largometraje tras la salida de la edición “The Ultimate Cut” en formato DVD y Blu-Ray) se puede decir que es ingenioso más no deja de ser la misma clase de material ancilar del cual se sirvió el comic para ofrecer contrapuntos a los temas de la historia principal, y cuya naturaleza en la cinta es similar a lo hecho por Quentin Tarantino en Kill Bill Vol. 1. Cabe señalar que este “Ultimate Cut” es la versión que recomiendo para todos aquellos que desean aventurarse a ver esta realización, la cual incluye escenas extendidas y borradas tales como la muerte del mentor de Nite Owl, Hollis Mason (interpretado por el experimentado Stephen McHattie). Snyder expande el alcance de su obra con el pseudo-documental Under the Hood, que explora los primeros brotes de superheroísmo y vigilantismo en este universo de ficción, siendo otra pieza más que le da un sentido de gran escala a su adaptación.

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La película resulta ser un esfuerzo que se debate entre el entretenimiento pleno o la solemnidad absoluta, y que a pesar de la gran cantidad de material filmado no se adhiere a la escuela del exceso y el “more is more” de un James Cameron o un Michael Bay, que incluso muestra curiosidad y chispazos de ingenio (Nixon en constante metamorfosis facial, Comedian y la bala mágica en el incidente Kennedy, el cameo de Ziggy Stardust, “The Sound of Silence” de Simon & Garfunkel y “Everybody Wants to Rule the World” de Tears for Fears como recursos musicales adhoc a la atmósfera derrotista que se posa sobre la historia) y siendo más conciso en sus instantes finales – Snyder renuncia a hacer que sus personajes divaguen y enfrenten su apocalipsis personal una vez que la conspiración que ronda sobre ellos queda expuesta, siendo éste uno de los pocos yerros que el comic comete – exacto en el tratamiento de la mujer de la época como un objeto en diversas índoles en una sociedad machista, carente de profundidad, Mad Men-style, siendo una probable razón por la cual el rol que desempeña Åkerman resulta ser desafortunado y plano a pesar de tener top billing en el ensamble de actores que conforma a la cinta.

Escenas clave que son puntos de inflexión y que forman el corazón emocional de la cinta – en particular los intercambios entre Silk Spectre y Dr. Manhattan en la superficie del planeta Marte y la reflexión descorazonada del sueño americano por parte de Comedian – son echadas a perder al ser entregadas con gran debilidad por los protagónicos, quienes no reciben esas sutiles señales de un director y que hacen la gran diferencia (quizás eclipsado por la grandiosidad que quiere empapar sobre su puesta en escena).

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Ese estado de indefinición le hace perder a su vez el mensaje original de la obra y todo el subtexto que le da una dimensión humanizada a sus personajes, a lo cual no se le da el correcto énfasis, dándole en su lugar una notoria prominencia a los aderezos que rondan en la periferia de la narrativa, sin concentrarse en los notables pathos, fracasos familiares, psiques destrozadas, desilusiones, dilemas y ambigüedad moral, desconcierto por una tensión nuclear que el mundo entero ha permitido acelerar su implacable paso y el poder que en nosotros reside para cambiar el rumbo de nuestro presente y evitar que el pasado nos someta. El film queda atrapado en una sucesión de eventos distantes, bellamente edificados pero sobre los cuales los soliloquios y tribulaciones de sus personajes no logran conectar con el espectador, siendo una cinta en búsqueda desesperada por encontrar un punto focal y que cae a la deriva irremediablemente, llevándola con mucha razón a recibir el repudio del público meta y a la indiferencia del espectador casual.

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Quizás ese sea el objetivo de Watchmen el film: emular a su fuente literaria como un artefacto de contrastes, solitario y de estructura robusta, de frialdad y calidez por igual y de notable curiosidad visual, de complejas propiedades y méritos que polarizan las reacciones de su audiencia.

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